¿A quién le gusta mojarse los pies un día de lluvia? A nadie. ¿A quién le gusta llegar con el pantalón mojado hasta las rodillas? Pues a nadie. Si es que parece lógico, porque lo es. Y, sin embargo, durante un tiempo (mucho) las botas de agua desaparecieron de nuestras vidas, al menos de la mía.

Recuerdo que de pequeña las llevaba puestas con ilusión de camino al cole y, una vez allí, a salvo de los charcos, mi madre me plantaba unos zapatos bien sequitos con los que pasar el resto del día. Pies secos, mocos fuera de nuestras vidas, debía de pensar mi madre. Qué sabía.

botas de agua marca Havaianas

¡Ay esas botas de agua moradas!

Pero llegó un día, extraño, en el que yo ya no llevaba mis botas de agua. Y no sé por qué. Si fue porque dejé de usarlas porque las vinculaba a la infancia y yo ya era muy mayor y super adolescente (nótese el tonillo irónico) o bien porque la gente ya no las compraba porque las considerábamos un engorro, además de feas.

Tengo la sensación, por lo vago del recuerdo, de que cayeron en un desuso generalizado; ya no se veía a nadie por la calle con botas de agua en días de lluvia. Ni niños ni mayores. Con tal de no hacer el ridículo y ser los únicos con botas de agua, íbamos todos con los pies mojados. Un festival de virus campando a sus anchas entre calcetines mojados y zapatos chopas. Qué digo festival, una rave en toda regla.

Con el tiempo aprendí a adorar aquel invento casi olvidado, recordaba las botas de agua con ternura. Qué cosas. Pensar con ternura en un objeto de  goma. Pero qué más da, cuando llegas a tu casita con los pies bien mojados y maldices entre estornudos el día en el que decidieron suprimir las botas de agua de nuestras vidas, comprendes que has llegado a un punto de inflexión… ¡Qué más da cómo fueran de feas! ¡Quién pillara unas!

Y hete aquí que un día pongo la tele y ahí están. En los pies de Peppa Pig. Qué grande es Peppa Pig. Y cómo disfruta  ella, y toda su familia, saltando en los charcos con sus botas de agua bien puestas. Y, de repente, lo supe, me gustaría volver a tener unas.

Otro día, llego al trabajo y una compañera nos cuenta que le han regalado unas botas de agua por su cumpleaños. Y está encantada. El primer día de lluvias se planta sus botas y viene más feliz que una perdiz. Y, de repente, lo supe, volvían a estar de moda (si es que alguna vez habían dejado de estarlo).  Y, por supuesto, me gustaría tener unas.

Y hoy, justamente hoy, me llega un correo electrónico en el que me hablan de unas Havaianas. ¿Qué será eso? Lo exótico del nombre me hace entrar en la página e investigar. Me gusta lo que encuentro. Y entonces lo sé, sé que esas Havaianas y yo estamos predestinadas. Son unas preciosas botas de agua. Pero no de esas sosas, monocromáticas y chimpún, no. Son de las guays, de las que te gustaría tener puestas cualquier día, a cualquier hora, llueva o no. Las hay de mi color favorito, enamoradita estoy, pero es que todas son monísimas. Ya me las veo puestas. Arreglada pero informal.

botas de agua con diseño y colores de talla baja

¡Me encantan en esta medida! Para no quitártelas nunca por muy de agua que sean

Y lo más importante de todo, también las hay para el Pequeño Flanagan y el Señor Alvin. Todos la mar de conjuntados, modernos y sequitos. Así que ya pueden estar buscándose otro hogar los dichositos virus porque en esta casa hay una máxima a punto de cumplirse: Pies secos, mocos lejos.

¡QUIERO! ¡LAS MORADAS! ¡YA! ¡HAVAIANAS VENID A MÍ!